29 de marzo de 2021, romance de la expulsión de los mercaderes del Templo
Entrando luego en el templo, —halló que estaba abarrotado
pues era el día de Pascua, —día festivo y sagrado
para los israelitas —porque era recordado
el día en que del Egipto —de ser esclavos dejaron,
y se ofrendaba a Yahvé —en altares preparados
todo un montón de animales —para el sacrificio aptos,
y en los patios del templo —se abría todo un mercado
para la compra y la venta —de lo que era necesario.
Ante aquello que veía —Jesús sintióse enfadado
y sin pararse en barreras —quiso del templo echarlos
a todos los que vendían —y compraban el regalo
que iban a hacer a Yahvé —por tenerlo de su lado,
y les decía furioso —echando por los ojos, rayos,
Idos de aquí, miserables, —donde no os vea marchaos,
puesto que ha quedado escrito —y hasta lo saben los parvos,
que mi casa es de oración; —pero la habéis transformado
haciendo de ella una cueva —de estafadores y cacos.
Y uniendo la acción al verbo —les pegaba con un látigo
y les volcaba las mesas —donde el cambista instalado
cambiaba la moneda —cuando era necesario,
porque venían al templo —gentes de todos lados,
cada uno con la suya —y era preciso el cambio.
Los sacerdotes vivían —de aquel moderno intercambio,
del comercio de animales —para el oficio sagrado
de modo que con el hecho —salían perjudicados
era una cosa insufrible —y contra él se enfadaron,
llamaron a sus esbirros —y del lugar lo expulsaron.
Mas no se dio por vencido —y menos escarmentado
y para enseñar doctrina —venía al templo a diario,
pero los sacerdotes —y el personal secundario
que hacían allí su agosto —y ganaban un salario,
entre ellos los escribas —y también los empresarios
de aquel comercio bendito —tan provechoso al erario,
bajo el diente lo tenían —y procuraban matarlo.
Pero no hallaban pretexto —ni nada de qué acusarlo
ante la gente que en masa —venía al templo a escucharlo