6 de enero de 2021, romance de don Juan
Un galán iba un domingo —andando para la Iglesia
por los caminos de barro —de aquella humilde aldea,
no iba para oír misa —ni para rezar en ella,
sino por ver a las damas —con sus vestidos de fiesta.
En la mitad del camino —encontró una calavera,
y sorprendido del hecho —se preguntó do viniera.
¿Viniera del camposanto —o restos de un crimen eran?
Mirárala bien mirada —y un gran puntapié le diera.
—Cráneo maldito, te invito —a que compartas mi cena
la misma noche de hoy —sentado a mi misma mesa.
—No hagas burla, caballero; —mi palabra doy por prenda,
respondió sin inmutarse —aquella inmunda osamenta.
Mucho chocóle al galán —que tal cosa sucediera
pues de ordinario jamás —nos hablan las calaveras,
mas nada habiendo qué hacer, —para su casa volviera.
En todo el día no pudo —quitárselo de la cabeza
aquel extraño suceso, —aquella macabra escena,
que hasta a los más increyentes —alguna duda les queda.
De que la noche llegó —mandó disponer la cena.
Aún no comiera un bocado —cuando llaman a la puerta.
Manda a un paje de los suyos —que saliese a ver quién era.
—Pregunta, mozo, a tu amo, —si su convite recuerda,
oyóse una fúnebre voz —al pie de aquella escalera.
—Dile que sí, mi criado, —déjalo entrar, norabuena.
Se oyó el bronco ruido —del arrastrar de cadenas
subiendo los escalones —como es normal que suceda
tratándose de un fantasma —de los cuentos y leyendas.
El galán no se inmutó —guardando toda su flema.
Tras arrimarle una silla, —le puso la servilleta,
agua en un vaso a su lado —jarra de vino a su izquierda,
y él mismo le presentó —todos los platos que hubiera,
mas de ninguno probaba, —mas de ninguno comiera.
hasta que al cabo de todo —de este modo dijera:
—No vengo por verte a ti, —ni por catar tu alacena;
vengo a que me acompañes —a media noche a la Iglesia.
—Así lo haré, pues lo pides, —fue del galán la respuesta.
Llegó la hora acordada, —cantan los gallos afuera,
oscuro está que da miedo —pero el galán no se arredra,
Juntos caminan los dos —en dirección a la Iglesia.
Llegan a ella, penetran, —las puertas están abiertas,
van al fondo de la nave, —donde un sepulcro espera,
han levantado la losa —sale un hálito que hiela,
y aquel fantasma le dice —con voz incolora y neutra:
—Entra, entra, caballero, —ningún recelo no sientas;
dormirás aquí conmigo —toda una noche completa.
—Ni loco me meteré, —Dios no me ha dado licencia
para que haga herejías —como la aquí propuesta.
—Si no fuera porque hay Dios —y a su santo nombre apelas,
y por ese relicario —que sobre el pecho te cuelga,
aquí habías de entrar vivo —quisieras o no quisieras.
Vuélvete a casa, villano, —hijo de una mala perra,
y si otra vez encontrares —tirada mi calavera,
no le des un puntapié, —hazle una reverencia,
rézale un pater noster, — y échala en la huesera;
porque lo hagan contigo —cuando cual ella te veas.
Esta es la única forma popular que en España ha aparecido hasta ahora de la famosa y universal leyenda que dramatizó Tirso de Molina en El Burlador de Sevilla.